Gonzalo Hernández Licona
Secretario Ejecutivo del CONEVAL
@GHLicona
Primera. Cambio en valor absoluto. Salario Solidario.
Cuando un conjunto amplio de personas se dedica a comerciar en libertad, el resultado es una de las formas de intercambio más comunes, sencillas y democráticas que podamos tener. En ese proceso no hay ninguna autoridad que impone resultados ni requisitos, prácticamente todo depende de la libre concurrencia de quienes negocian entre sí. En este mecanismo se determinan productos, servicios, precios y cantidades que son una referencia para todos los participantes. Así funcionan los mercados.
Pero incluso en medio de este proceso, todos los días hay transacciones que no se realizan a través del precio de “mercado” debido, por ejemplo, a la afinidad que existe entre dos o más personas. Cuántas veces hemos rentado nuestro departamento o vendido un producto o dado un servicio a un precio menor al del “mercado”, pues queremos, libremente, apoyar a quien estimamos o a quien creemos que lo necesita. La razón principal de usar libremente un precio distinto al que fija el mercado, en estos ejemplos, es la solidaridad y el apoyo.
Nos solidarizamos con el amigo, con el pariente, con el vecino, con el anciano, con la persona a quien creemos que vale la pena apoyar y que nos importa. Por tanto, en medio de las transacciones de mercado deambula casi todos los días un valor adicional, la solidaridad, que nos hace modificar, libremente, los precios que el “mercado” determinó.
Mi impresión es que la discusión del salario mínimo debe entrar de alguna manera en este terreno. México es uno de los países más desiguales del mundo, históricamente. Las oportunidades que unos hemos tenido no las han tenido muchos otros. La desigualdad del país implica, por ejemplo, que el ingreso laboral promedio del diez por ciento que recibe más ingresos sea 40 veces más grande que el del diez por ciento con menos ingresos.
Y no sólo es un tema de justicia, la desigualdad se puede ver también como un desperdicio de recursos para el proceso de generación de valor agregado. Contamos con 120 millones de habitantes, pero no todos pueden participar de la generación de valor: la eficiencia de los mercados se ve afectada sin la participación efectiva de todos los participantes potenciales.
En una coyuntura como la de México actual, en la que nos debatiremos frente a una amenaza externa a partir de enero de 2017, en la que el mercado interno cobra mayor importancia, en la que seguimos teniendo una muy mala distribución del ingreso y en donde el salario mínimo es de los más bajos en América Latina, la solidaridad puede tener cabida en medio de la transacción normal del mercado laboral.
¿Pagar 80, 89, 100 pesos o incluso 110 pesos diarios a un trabajador asalariado, sin importar grado escolar, es descabellado? ¿Un salario así para los más pobres desestabilizaría la economía? No. Es un tema de solidaridad que no afectaría el desarrollo de las transacciones de mercado rutinarias, pero que vestiría de una mayor justicia al mercado laboral.
Si el incremento de este salario fuera exclusivamente absoluto (en pesos) sin que se tradujera a un cambio porcentual, este incremento no sólo no sería inflacionario, sino que sería totalmente progresivo: mejoraría la distribución del ingreso pues sólo se aplica a los asalariados con menos ingresos. Incluso si el incremento absoluto se aplicara a todos los asalariados, seguiría siendo progresivo.
Es más, para asegurar que no hubiera una posible transmisión de precios al resto del mercado laboral o directamente a la inflación, se le podría dar a ese salario diario un nombre y referencia diferente: el salario solidario. No se trataría entonces de incrementos del salario mínimo (que en la práctica ha sido utilizado como la base del incremento porcentual del resto de los salarios), hablaríamos de un piso nuevo, sin referencia previa, por debajo del cual los mexicanos no queremos que se encuentren otros mexicanos. Nos solidarizamos con los nuestros, con quienes nos interesan, con quienes creemos que lo necesitan, como lo hacemos libremente muchas veces en transacciones de mercado. Nos solidarizamos para abatir un poco la enorme desigualdad y la pobreza que México arrastra por décadas. Mejoramos así la cohesión social del país, tan de capa caída.
Un salario solidario diario de aproximadamente 89 pesos (el equivalente en 2014 para llegar a la línea de bienestar del CONEVAL) para asalariados formales, podría reducir la pobreza de 46.2 a 45.7% aproximadamente, pues el número de los asalariados formales que reciben menos de estos montos es de aproximadamente 500 mil personas (de acuerdo con la ENIGH2014). Pero si este piso mínimo también se adopta, a partir de un proceso solidario y de contagio, para los asalariados del sector informal (y por tanto suponiendo que no hay despidos), la pobreza podría reducirse, como máximo y con supuestos optimistas, hasta 42.1 por ciento.